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CÓMO HACER UN BARATOMETRAJE...

 



... Y NO MORIR EN EL INTENTO

 

No nos engañemos ahora con estacionales días del espectador o con excepcionales repuntes de taquilla gracias a la comedia popular de turno. El cine español arrastraba (y arrastra aún) su propia burbuja, remontada a unos cánones caducos de producción y distribución. Una burbuja que explotó (tenía que hacerlo) hace unos años, dando rienda suelta a un ingente volumen de autoproducciones y trabajos de cineastas noveles que cansados de esperar su oportunidad decidieron sacarlos adelante fuera de los márgenes convencionales.

 

Ahora es el turno de que la industria y el espectador rectifiquen esos márgenes para que convivan otros modelos, porque el cine autoproducido puede convivir con la industria comercial. Es más, debe hacerlo, es necesario para el público. Y un buen puñado de ejemplos lo demuestran. Algunos de esos ejemplos y el fenómeno cinematográfico vivido en España desde principios de la segunda década del segundo milenio han sido seguidos por el ojo escrutinio de Hugo Serra, Daniel San Román y Rosa Cabrera, productores del documental llamado a convertirse en el abc docente de la nueva realidad cinematográfica: ‘Baratometrajes 2.0’.

 

 

Tras tantear el tema con un pequeño cortometraje, sus autores consideraron que el tema merecía un seguimiento más exhaustivo más allá de las entrevistas a cineastas que se recogían en aquel boceto y abordaron la producción de un largometraje como cualquier otro “baratometraje”. El término, veremos, tampoco está exento de polémica. Porque ni es oro todo lo que reluce ni de la libertad creativa vive el cineasta.

 

Siete años después de aquel corto, charlamos con Rosa Cabrera y Daniel San Román a la salida de la Cineteca de Madrid tras presentar, ya por fin, el documental. “No es que nos diéramos cuenta de que había un mercado y que tendiésemos por ahí, si no que sabiendo toda esa información queríamos ver las cosas que han cambiado en todo este tiempo, porque en siete años habían cambiado muchísimas cosas”, nos explica Rosa Cabrera a razón del origen del objeto de estudio del documental. “Siempre hemos estado atentos cada uno a nuestra manera”, añade Daniel San Román, “Hugo Serra haciendo cortos y yo más en el mundo de la televisión… éramos conscientes de la aparición de Carlos Vermut y ‘Diamond Flash’… pero la inspiración no viene por ahí, nosotros estábamos informados porque forma parte de nuestro trabajo”.

 

 

San Román comparte con Serra la silla de dirección para este documental en el que, si bien se echa de menos una génesis u origen del fenómeno 'low-cost', sí se aprecia su empatía coetánea con el esfuerzo de cualquier cineasta por hacer coexistir su trabajo en una jungla oligárquica. Y es que en el fondo, hablar de low-cost como género o tendencia sería erróneo, o cuanto menos simplista, a sabiendas que desde que nos pusieron una cámara en la mano la gente no ha dejado de grabar dentro o fuera del comercio del cine. “Las nuevas formas de crear en el cine están destinadas a ser low-cost, ya lo dice el propio Jordi Costa en el documental”, subraya San Román al hilo de un comentario destacado del crítico sobre la aparición de la nouvelle vague por entonces. “Si hay un modelo instaurado de hacer algo que funciona, la gente que esta dentro de esa maquinaria no lo va a querer cambiar. Entonces si tú vienes de fuera y dices: oye, que yo tengo esta idea, la gente de dentro va a decir ¡que dices, si nosotros estamos fenomenal!, ¿cómo lo vamos a querer cambiar?”, comenta San Román con lapidaria elocuencia. ¿Entonces? “Entonces tienes que buscarte la manera de hacerlo”.

 

 

Precisamente la presencia del crítico de cine Jordi Costa (junto con otras eminencias) es uno de los factores diferenciales de este documental que no se conforma con hacer un mero repaso de los baratometrajes recientes, si no que además estudia y apuesta por cómo incluirlos en el panorama cultural. La gallarda comparativa del respetado crítico sobre el cine de bajo presupuesto con la nouvelle vague es sólo un comienzo: “El cine independiente americano de los 70 nace con otros presupuestos que luego dejan de ser pobres… la nouvelle vague no tenia esos presupuestos al principio, pero así se creo un modelo de cine diferente y que consiguió transgredir”, dice eufórico Daniel San Román. “El low-cost esta ahí para eso, si alguien tiene verdadero talento para aplicarlo… y lo bueno de eso es que a partir de ahí, a raíz de que hagas un baratometraje puedas darte a conocer y destacar, que la gente vea que tienes un talento brutal y rompa ese muro que hay”. Quizá sin darse cuenta, este ‘Baratometrajes 2.0’ ya ha servido para empastar a un buen puñado de cineastas dentro de un sumado, una nueva generación si se prefiere, de cineastas que se han salido de la tangente y que “si pueden ser un colectivo que genere un lenguaje visual rico, pues tanto mejor”, remata. Si bien (como veremos) no todos sus miembros están cómodos con esa etiqueta que los marca por así decirlo, como los niños raritos del patio.

 

 

Bueno, consideremos por un momento el nuevo cine low-cost como un movimiento (y ya que estamos lo vamos a llamar “nouvelle low-cost”, por que películas de bajo coste siempre ha habido, porque en realidad ambas tendencias tienen mucho en común y porque parece que nadie se pone de acuerdo con la terminología): ¿acaso puede ser un motor de cambio? Para Rosa Cabrera “es mas un toque de atención”. Desde ‘Diamond Flash’ (Carlos Vermuth, 2011), considerada la primera piedra de este nuevo testamento, han surgido movimientos llamados a impulsar este cine como #littlesecretfilm o éxitos como ‘Carmina o revienta’ (Paco León, 2012) que reinventaron el modelo de distribución, y populares excepcionalidades como ‘El mundo es nuestro’ (Alfonso Sánchez, 2012) hasta desembocar en títulos laureados que empiezan a redefinir esos márgenes imprecisos hasta ahora, como el ‘Casting’ de Jorge Naranjo, la ‘Ilusión’ de Daniel Castro o la propia ‘Stockholm’ de Rodrigo Sorogoyen. Y con ellas ya nos ponemos en 2013. Pero “#littlesecretfilm es un movimiento de marketing y Paco León es popular…”, dice Cabrera, “es la punta de un iceberg de algo que existe, de gente que estamos aquí y hacemos otro tipo de cosas”.

 

 

¿Y cómo hacerlo? ¿Qué es lo que marca la diferencia para que una película de bajo presupuesto esté dentro de los márgenes de la industria y no a la sombra de ésta? “Es un quid pro quo entre distribuidores y cineastas”, contesta la productora. “La distribución convencional debe adaptarse porque las cosas ya no son igual y siempre va a haber un baratometraje que va a dar el salto. Pero por definición siempre son productos que van a estar al margen y que no lo va a ver una gran cantidad de gente. Incluso con este documental va a pasar eso… hay que saber el tipo de producto que tienes”.

 

En cuanto al público, que al fin y al cabo es el que manda, “irá a ver películas con las que se sienta identificado”, matiza Daniel San Román. “En el caso de ‘El mundo es nuestro’, hicieron una gran campaña en Andalucía, ganaron publicidad y encima sacaron las entradas a dos euros”. El coste del visionado, que aparece ahora por primera vez y que tanto nos ha costado aplicar en un contexto de todo es gratis en Internet, empieza a tomar forma gracias a estas películas que de ningún modo aspiran a arrasar en taquilla, pero tampoco se menosprecian a ser un mero producto de saldo (de ahí que muchos autores se revuelvan al ver etiquetadas sus películas como low-cost). “Está claro que si generas un poquitín de ruido y encima si les das algo que vale nueve euros a dos pues es obvio que es una estrategia clara de marketing, y lo que hemos dicho siempre: no se debería cobrar lo mismo por un ‘Titanic’ o por un ‘Batman’, por algo que haya costado 300 millones de dólares, que por una peli que haya costado 70 mil euros. Por eso se debe readaptar todo el mundo”.

 

 

La readaptación ya está sucediendo, quizá no de la forma ni al ritmo deseado, pero está claro que el público y los distribuidores (que en muchos casos son los mismos productores, no lo olvidemos) se abren a nuevas formas de exhibición. “Está volviendo el día del espectador, se están abriendo otras salas menores, Internet se ha convertido en otro exhibidor… y esta claro que es el medio para llegar a cuanta mas gente. Lo importante es que eso se regularice de alguna manera”, sentencia el codirector de ‘Baratometrajes 2.0’. Pero claro, “también se tiene que regularizar la conciencia del espectador y que sepa que aquí hay gente que ha trabajado y ¿qué vale? un euro, dos euros… pues que los pague como cuando iba al videoclub y que ahora lo tiene a un solo click”.

 

Puede que dentro de poco esa misma vara de medir de la que se quejaba San Román, esa que coartaba a los nuevos que quieren cambiar el sistema acabe volviéndose en contra del modelo anquilosado de ciertos productores que aún se preguntan por qué no va nadie a ver sus películas y sin embargo son las más descargadas ilegalmente. Al fin y al cabo, no es fácil descargarse ilegalmente una película autoproducida de bajo presupuesto, muchas veces porque ya se ofrecen desde su mismo estreno de manera legal en Internet. “Es una evolución que beneficia a todo el mundo, al productor, al distribuidor y al que mas beneficia es al consumidor”, dice San Román, “lo que pasa es que durante mucho tiempo hemos tenido todo gratis en un país de picaresca y hay que autorregularse”.

 

 

Y es que pensar que todo es gratis en el cine low-cost es un error, al margen de la inversión humana y de el tiempo que conlleva, las películas tienen un coste. Y aquí nadie es pirata, todos quieren (o querrían) pagar a su equipo técnico y artístico, porque como dice Rosa Cabrera “todos sabemos que la gente trabaja mejor cobrando, y ya no solo por el sentido básico de que hay que comer, si no también porque que tu trabajo sea remunerado lo dignifica… no sólo es el dinero”. San Román por su parte opina que los baratometrajes deben servir como un modelo de aprendizaje o para probarse a uno mismo, y añade que “es muy peligroso que los baratometrajes se conviertan en una rutina o un genero, sirve si es para una opera prima o para experimentar, pero no puede instaurarse como un modelo… porque la gente haría películas y luego se iría a pedir al metro”. Luego, claro, dentro de los baratometrajes hay muchos tipos, dice San Román: los hay de “dos mi euros y con los que, en el peor de los casos, te llevas una peli que se dice pronto; pero también hay baratometrajes con 600.000 euros. No todas las películas tienen que costar 10 millones… y tampoco tienen porque vivir al margen”.

 

 

“Yo creo que van a convivir las películas hechas con menos dinero con el resto”, apunta Rosa Cabrera al hilo de la evolución que ha tenido y tendrá el cine low-cost. Desde aquella rareza de ‘Diamond Flash’ cuyo título surgía como una rara avis conversacional en los círculos más específicos, hasta la presencia y competencia de ‘Stockholm’ en la cartelera no ha pasado mucho tiempo pero sí muchas cosas. El film de Sorogoyen, de hecho, “era una película hecha con poco dinero que ha conseguido traspasar la frontera y convivir como una película normal”, celebra Cabrera, lo que pasa es que es la excepción, matiza, “no es lo habitual”. Cada vez la gente hace películas “con menos dinero pero mejores”, añade Daniel San Román, “y ojalá se regule todo un poco y den oportunidades de ver otros baratometrajes a un precio menor, aunque estén un poco desenfocados”. Y apostilla Cabrera: “¡que no sea todo ‘Transformers’!, poniendo como ejemplo curiosamente un blockbuster hiperdesenfocado.

 

Pero no nos desviemos. Porque aquí hemos venido a hablar de baratometrajes y de ‘Baratometrajes 2.0’, porque el documental de San Román y Serra, al fin y al cabo también es uno de ellos y su salida al público se ha compaginado en salas (menores, eso sí), Internet, el mercado doméstico e ¡incluso el top manta! “Queriamos que fuera así”, remarca Daniel San Román, “estuvo a punto de sucumbir también y tuvimos un momento de crisis, pero la idea era sacar DVD, salas e Internet y que llegara a toda la gente posible”. El documental ha costado poco, reconoce el codirector, pero “a nosotros nos ha costado la vida, y queríamos que así fuera, predicar con el ejemplo y que su circuito de exhibición fuera ese”. No obstante el documental aspira a un destino más específico y sus directores desean “que llegue a las instituciones académicas, porque creemos que es muy didáctico, que puede ayudar a las nuevas generaciones de cortometrajistas a la hora de elegir mejor y de qué modo lanzarse a hacer una película sin un duro”.

 

 

LOS DIRECTORES SON LOS PROTAGONISTAS

 

“Estamos abiertos incluso a que nos contacten”, remataba Daniel San Román a razón de que ‘Baratometrajes 2.0’ sirva de algún modo como libro de texto para los cortometrajistas inexpertos. No en vano, los créditos del documental se ven acompañados con el perfil en Twitter o el contacto de cada uno de los directores que se han prestado a sus entrevistas, algo inaudito y que evidencia su pretensión de tejer una red y de crear ese grupo de nouvelle low-cost, baratometrajes o como quiera llamarse. “Al final el término está dando más que hablar que los propios productos”, se queja San Román. Y es que, a la hora de charlar con los realizadores que de algún modo u otro protagonizan este fenómeno, ninguno parece estar cómodo con una terminología concreta o una catalogación que, a efectos, es injusta se mire por donde se mire con su trabajo.

 

A lo largo del documental, vemos pasar frente a la cámara de ‘Baratometrajes 2.0’ a viejos conocidos de esta sección de Cine Oculto como Jorge Naranjo, Cesar del Álamo, Norberto Ramos del Val, Tina Olivares, Jil Love, Borja Echeverría o Alfonso Sánchez y Alberto López (entre otros muchos) contando su experiencia a la hora de levantar una película autoproducida. “Son gente con muchas agallas y que se atreven y se arriesgan, yo les admiro muchísimo porque arriesgan su tiempo y su dinero”, dice sobre esta nueva generación de realizadores Daniel San Román. “Yo creo que todos, absolutamente todos, tienen la esperanza de que sus películas se vean y que puedan currar con pasta, ya que a parte de la motivación que tienen hay una motivación profesional de dar el salto”.

 

 

Porque como remarcaba San Román líneas arriba, es peligroso asumir el cine low-cost como una constante, ya que el desgaste que conlleva levantar una película (a veces sobre unos mismos hombros) es demasiado y caer en la tentación de pensar que se puede hacer cine de gratis puede ser algo muy nocivo. De ahí que cada realizador tenga un concepto muy distinto sobre este modelo de producción.

Con motivo de la presentación del documental, algunos de ellos se dieron cita en un encuentro de “Protagonistas de la Cultura” promovido por El Corte Inglés en la Sala Ámbito Cultural de Madrid, donde Tina Olivares, Jorge Naranjo y Borja Ejeverría acompañaron a Daniel San Román en una mesa redonda y pudieron compartir sus ilusiones y desilusiones a cerca del cine autoproducido.

 

Tina Olivares, que se lanzó con su mordaz y divertida ópera prima ‘Esperando septiembre’ se remite al propio Pedro Amodóvar antes de hablar de low-cost y autoproducción. “Almodóvar empezó a autoproducirse hasta llegar a una gran libertad de acción. Yo autoproduje mi primera peli porque tenía el dinero y quería tener la libertad que no me daría una productora. Ahora, muchos años después me doy cuenta de que una película es algo muy serio, un producto que hay que saber vender”.

 

 

Borja Echeverría, por su parte, se lanzó a adaptar la obra teatral que realizaba con su compañía, pagando al equipo y obteniendo críticas positivas y una repercusión considerable sobre todo en Internet. “Yo estudié humanidades pero siempre quise hacer películas”, comenta Echeverría, así que “tuve que aprender de producción”. El resultado es la muy reivindicable ‘Qué pelo más guay’, para la que reconoce partió de la premisa que no iba a ser aceptada en el mercado convencional: “sabíamos que era complicado sacarla por otros cauces”. Pero la decisión de sacar la película a toda costa para que el guión no se quedara cogiendo polvo en el archivador de cualquier productor suponía competir fuera de las reglas del juego. Eso, sí, “odio el término baratometrajes, es despectivo… barato ¿para quién? Si hipotecas tu casa y tu tiempo…”, sentencia Echeverría.

 

Algo parecido debió pensar Jorge Naranjo, que se lanzó a producir su laureada ‘Casting’ quizá un poco por la premura que requería. “A mi me molesta más el término de low-cost”, dice, “es verdad que no tiene el coste de otras, pero sí el humano, personal, emocional y físico…” explica el realizador de una película que, a pesar de estar premiada en el Festival de Málaga de 2013 (a todo su reparto) no consiguió una distribución comercial, pero sí el aplauso unánime de la crítica. “Tampoco es un método que yo defienda”, añade Naranjo en referencia al modelo de autoproducción, pienso que es algo que hemos hecho muchos” y, apostillando su frase, dice Tina Olivares que “cae sobre los hombros de una sola persona… es demasiado duro”.

 

 

Porque claro, tendemos a pensar que estas películas autoproducidas, esos baratometrajes, son caprichos low-cost de cineastas que no tienen nada mejor que hacer, y aunque el documental de San Román y Serra lanza un grito de guerra a favor del cine de guerrilla, conviene no tomarse a la ligera el trabajo en las trincheras y el que va más allá, prolongándose en un largo paseo por festivales.

 

“A eso me refiero”, dice Jorge Naranjo al hilo del comentario de Olivares. “Me lanzo a rodar pensando que es como un corto pero no… me di cuenta de que me iba a suponer un esfuerzo muy grande y, al final llega un momento en que casi te quedas sin pasta, sin curro, todo se lo lleva la película y te das cuenta de que te has quedado sin nada y que hubiera sido mejor tener un respaldo”, asume el director de ‘Casting’ sobre la cruz de un modelo de producción que, tarde o temprano, te deja a la deriva.

 

Cómo hacer una peli low-cost y no morir en el intento, podría ser el título alternativo de ‘Baratometrajes 2.0’. “Hay que tener muchos amigos para pedir muchos favores y buscar socios que te apoyen hasta el final, y el final no es el final del rodaje… si no tres años después de moverla en festivales”, añade Tina Olivares.

¿Cuál es el problema entonces? El desgaste festivalero puede ser incluso más nocivo que se te cierren las puertas de las productoras una tras otra. Y en ambos casos el “no” responde en muchas ocasiones a la ausencia renombres que encabecen el cartel de tu película. Sin embargo, no son pocos los actores consolidados que rebajan su caché (o que directamente se prestan al cameo) sin más ínfulas, al igual que desde que el auge del cine low-cost se ha hecho patente se han multiplicado los espacios y eventos dirigidos a este tipo de películas.

 

 

Para Borja Echeverría “el problema es que aún existe un cine anquilosado y viejuno que sigue produciendo películas como las de antes, cuando tendrían que costar la mitad”, lo que puede explicar que ahogue gran parte del oxígeno cinematográfico. Además, añade Tina Olivares, “los espectadores también se han convertido en fabricantes de contenidos, es la tendencia hacia donde va la vida digital: una manera doméstica de producir que se va a multiplicar”.

 

La coexistencia parece marcar el camino, y facilitar el acceso del público a todo tipo de contenidos es imprescindible. En cuanto a los baratometrajes, Daniel San Román se mete en la piel del público y  concluye que “yo como espectador quiero que existan estas películas y, sí, puede ser cobrando, pero que haya la oportunidad de que el publico acceda a ellas con un multipago”. Aún queda mucho camino por recorrer y, al margen de los márgenes del cine convencional está claro que incluso éste se ha reconvertido aceleradamente en los últimos cinco años como no lo había hecho en décadas. “Al principio había muy poca gente que hablara de esto”, dice Daniel San Román en referencia a la cantidad y calidad de productos low-cost, algunos tan capaces de competir en los circuitos comerciales que han hecho que los productores vean las orejas al lobo “y ahora es un buen momento para arriesgar”.

 

 

UC (Manu Cabrera).